sábado, 23 de febrero de 2013

Érase una vez...

El enlace de esta historia comenzó aquí

No es bueno estar dándole vueltas a algo y quedarse inmóvil sin indagar los motivos que causan ese bloqueo, aquella foto podía más que mis miedos, así que esa misma semana me presenté en casa de mi tía; yo le debía una historia y ella a mí un par de tés.
Me senté a su lado, extraje la foto del bolsillo de mi chaqueta a modo de insinuación.
—Veo que te has propuesto proteger esa foto.
—Sí, el mismo día que me la diste reciclé un pase de feria que tenía en un cajón, así evitaré que se estropee.
—Bien hecho, todas las fotos tienen algo especial pero algunas hay que atesorarlas más que otras. Yo de tanto observar la vida detrás de un objetivo me he acostumbrado a imaginarme historias y creo que en la tuya voy a estar poco equivocada. Anda, háblame de ese instante, de esa sonrisa de...
—Maica.
Agradecí su confianza y franqueza, así que empecé a describirle a mi manera y casi como un cuento lo que provocaba aquella foto en mí.
—Érase una vez… —empezamos a reinos mientras saboreábamos la primera taza de té y antes de echarme atrás y como si no tuviese otra oportunidad seguí con la historia—, ya sabrás que en el barrio existían dos pandillas, ambas identificadas con insignia, nombre y como no, con un líder.
Éramos críos pero nuestras leyes territoriales las defendíamos a sangre, bueno más bien a base de patadas y piedras. ¡Qué habría sido de nuestra infancia si no hubiesen existido las pandillas! Jugar a fútbol o baloncesto era lo habitual, pero las tardes más importantes eran las que surgía una travesura tras otra; recorríamos el barrio en bicicleta o patines, que de ese modo si nos metíamos en líos con el bando opuesto podíamos escapar rápidamente del territorio ajeno.
En nuestro grupo éramos seis chicos y cinco chicas, Maica siempre decía que hacíamos el número perfecto para formar un equipo de fútbol pero el resto de chicas se oponían a la idea de andar detrás de un balón, les resultaba poco femenino.
Sabíamos cuando Maica se enfadaba con alguna de ellas porque se acercaba a nosotros para improvisar un partido, a pesar de saber que acabaría con moratones en las piernas y embarrada hasta las rodillas se entregaba como el que más intentando llevar el balón a una portería improvisada con dos piedras a modo de poste; no necesitábamos árbitros, ni áreas, ni líneas laterales, sólo defender un balón y sumar goles. 
Maica se hacía respetar, sobretodo por su carácter que cambiaba como el tiempo, cuando la veías contenta y risueña nos contagiaba a todos pero cuando se enfadada lo mejor que podías hacer era desaparecer y no contradecirla, de lo contrario podías recibir alguna palabra que dolía más que un guantazo, quizá por eso se ganó el puesto de líder. 
De todas las chicas Maica era la mayor en meses pero la menos desarrollada físicamente, a esa edad  y entre nosotros ya nos fijábamos y comentábamos cual de ellas utilizaba sujetador y Maica no estaba en esa lista, ni si quiera se la veía presumir o flirtear con chicos. 
Pero llegó ese día en el que ella y su cuerpo se pusieron de acuerdo con el universo para sorprenderme.

lunes, 18 de febrero de 2013

Al menos inténtalo

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Llamé a Fernando para saber la evolución y recuperación de Ana, me salió el contestador. Nunca estoy preparada para responderle a una máquina que te pone una señal con cuenta atrás y a la que tienes que dejarle muy resumidamente lo mucho que querías decir en pocos segundos; segundos en los que tienes todas las papeletas de quedarte en blanco o colgar, pero esta vez ninguna de esas me tocó —hola Fernando, soy Lucía, quería saber cómo está Ana, volveré a llamarte, un beso—. 
Corrí las cortinas y dejé entrar al sol y acompañada de su calor me senté en el suelo entre cojines, desde que volví de México disfruto de pequeños momentos como estos, abrir las ventanas y observar las nubes o el simple cielo es todo un lujo para mi imaginación, pero estaba un poco tensa para andar llamando a las musas. Seguía con el móvil en la mano y busqué en mi lista de mp3 la canción de Cadillac Solitario para añadirla como tono de llamada, la asocié al número de Ricardo para diferenciar una posible llamada suya a la del resto de contactos. Al ver la hora de la llamada del día anterior recordé el momento en el que Ricardo llevaba aquella bolsa de pan en la mano y un abrazo en la otra.
En mitad de mi emotivo trance sonó el teléfono, era el número de Fernando, —hola Lucía soy Ricardo—, no me lo podía creer, yo que me había preparado un tono de llamada personalizado para preparar mi corazón a la voz de Ricardo y va el destino y me torea de esta manera.  
—Hola Ricardo, me he sorprendido al escucharte, esperaba... 
—Sí, esperabas escuchar a mi padre claro, lo entiendo. Cuando has llamado estaba hablando con Elvira y como mi padre no tiene muy de la mano el tema de mensajería de voz he sido yo quien ha escuchado tu mensaje, así que he decidido responderte yo personalmente.
—Gracias, bueno y la paciente, ¿qué tal está?
—Pues muy bien, me he quedado esta noche con ella aquí en el hospital y la verdad es que ha dormido como una marmota, ahora le están haciendo un último reconocimiento, la enfermera nos ha dicho que seguramente nos podremos ir a casa antes del mediodía.
—¡Qué buena noticia! Me alegro muchísimo Ricardo. 
—Lo sé, lo sé. Bueno, ayer no te di las gracias por haber estado en el hospital dando la cara como acompañante, si no llegas a estar aquí...
—Pues no habría pasado nada, en el hospital se habrían puesto en contacto con alguna persona cercana preguntando a tu madre, la coincidencia que estuviese yo por allí resultó ser la solución.
—Ya, ya, si con los móviles y resto de tecnología nos tienen fichados a todos, igualmente no es razón para excusarse, ¡te debo una!
—¿Sólo una? ¿Acaso has olvidado las que me debes tú de cuando éramos críos?— Empezamos a reír y entre mi tontería y su risa noté que alguien le reclamaba, de nuevo intervino la interrupción.
—Lucía, lo siento, te llamo en unos minutos. ¡Hasta ahora!
Creo que cortó la llamada antes de mi despedida, que de cinco palabras la última era un beso.



Mientras esperaba pensé que podría ser el momento de hacer una limpieza de llamadas perdidas, fotografías absurdas, incluso direcciones de correo electrónico de clientes de la empresa en la que trabajé el año pasado. ¡Cómo podemos tener tanta información en estos teléfonos, tenemos en sus entrañas parte de nuestro adn!
Estaba tan ansiosa que corroboré tres veces el volumen del teléfono, tengo costumbre de ponerlo en silencio cuando trabajo y luego olvidarme de desactivar la función. 
Tuvieron que pasar dieciocho minutos para escuchar por fin el tono del Cadillac Solitario.

lunes, 11 de febrero de 2013

¡O mía o de nadie!

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Otra virtud de María es la puntualidad, es por eso que me extrañé cuando no apareció abriendo la puerta a eso de las ocho de la mañana, imaginé varias teorías que podían ocasionar ese retraso, una caída, una llamada de algún familiar enfermo, un posible retraso del transporte público... 
Sentía llover, hoy algún taxista o conductor de autobús estará más irritado de lo habitual, en días así se suman los coches y la ciudad queda intransitable y algo desordenada, eso sí, aumentan los colores gracias a los paraguas e impermeables que contrastan con el plomizo color del cielo, así que no tardé en levantarme y disfrutar de las luces de los coches y los semáforos reflejados en el asfalto mientras desayunaba, algo que María aún no entiende, de hecho deberá estar maldiciendo la lluvia por como se deben estar quedando los cristales, esos por los que observamos cada día la vida de los demás pasar, algunas de apariencia lujosa y otras con aspecto de ocasión. 
Me levanté para ir aseándome; el baño y una habitación que hacía servir Andrés como taller son las únicas estancias de mi casa que dan a la parte de atrás con vistas a un patio de uno de los colegios del barrio y por el que ya se empezaban a oír algunos niños que estarían estrenando sus botas de agua entre charcos.
Después, por si María había empezado el día con mal pie decidí acercarme a la cocina con muletas a preparar el desayuno para ambas, la verdad es que me encuentro cada día más ágil, pero sin  compañía no me atrevía a pasearme sin apoyo.
Moverme por la cocina con muletas me resultó un tanto embarazoso y hasta cómico, me sentía casi como un marine en una pista americana intentando esquivar el verdulero y un par de taburetes, me inquieté intentando localizar el pan, los cereales, el azúcar y el café; todo estaba cambiado de sitio a la comodidad y costumbres de María, de nuevo volvía a sentirme como una niña, pero esta vez jugando al escondite. Mi primer día a solas en la cocina después de la operación y mi empeño en querer ser auto suficiente me estaba resultando un tanto estresante.
Sentí la llave en la cerradura y un suspiro deslizarse por el pasillo al ritmo acelerado de unos pasos, en cuanto me vio en la cocina empezó a disculparse y al mismo tiempo a echarme la bronca por estar enredando en la cocina con las muletas abandonadas al lado de un cubo de reciclaje. Se lavó las manos y como un autómata terminó de organizar lo que yo a penas había empezado. Me acompañó al comedor diciéndome que tenía que explicarme sentada y con una dosis de cafeína el motivo por el cual se había retrasado.